Por definición, cuando una persona está desempleada se dice que es una persona demandante de empleo. Del mismo modo, cuando una empresa tiene necesidad de cubrir una vacante presenta una oferta de empleo. Lógicamente, los conceptos de demanda y de oferta están ligados al mercado y a la economía. .Es igual que cuando se habla de oferta y demanda de otros productos como el petróleo, los productos básicos o de pisos de compra. No en vano se le llama mercado de trabajo a la relación entre demandas y ofertas de empleo
Pero ¿Por qué se habla de demanda de empleo y de oferta de puestos de trabajo?
Sin profundizar demasiado en la historia de la humanidad, las empresas han sido las que han marcado la pauta del mercado laboral. Su razón de ser es ofrecer productos y servicios para satisfacer las necesidades de la clientela. Pero también han hecho que la contratación de personal se considere como una oferta más de las que estas ofrecen: en este caso, ofrecen puestos de trabajo. Las personas individuales somos demandantes de productos y servicios de las empresas y también somos demandantes de puestos de trabajo. La empresa ofrece y las personas compramos. Pero en esta transacción las personas no pagamos con dinero sino con nuestro esfuerzo, nuestros conocimientos y nuestra experiencia. A cambio, recibimos un producto, en forma del dinero que necesitamos para poder seguir consumiendo…
Dicho esto y sin ánimo de resultar un revolucionario radical o un ácrata antisistema, ¿por qué no se le podría dar la vuelta y hablar de personas desempleadas que ofertan sus conocimientos y experiencia y de empresas que demandan tales conocimientos?
Sin menospreciar a las empresas ni a los autónomos y autónomas que contratan a personas desempleadas, propongo dar la vuelta a los términos, por el bien de la economía y de las personas en desempleo. Esta relación entre entidad contratante y personas trabajadora podría ser reformulada de forma más simple. Las empresas necesitan la fuerza de trabajo, los conocimientos y la experiencia que las personas individuales poseemos y ofrecemos. A cambio, las empresas pagan a las personas un precio por tales prestaciones mediante transferencia bancaria.
El currículum como escaparate
Por esta regla de tres, el currículum deja de ser un mero documento que refleja nuestra experiencia y formación para convertirse en un reclamo de todo lo que tenemos para ofrecer. Como si de un escaparate se tratase, la empresa que necesita cubrir un puesto de trabajo observa qué tenemos expuesto en él. Luego, tras haber visitado varios escaparates, si encuentra en el nuestro aquello que anda buscando, puede que se decida a entrar para “preguntar” sobre nuestros “servicios”. Esto sería lo equivalente en la vida real a concertar una entrevista.
Esta visión no es más que una manera de insuflar autoestima y autovaloración a quienes buscan empleo y tienen dificultades para vender sus habilidades y sus competencias. Los y las profesionales de la orientación laboral también tenemos que echar mano de la psicología para ayudar a las personas usuarias a superar el bache que supone no tener trabajo. Debemos trabajar el autoconocimiento y buscar en las profundidades del autoconocimiento y de las habilidades y conocimientos que todas las personas tenemos más o menos escondidas.
A partir de ahí, se trata de enfocar la búsqueda como un ofrecimiento de estas habilidades y conocimientos más que de mendigar un puesto de trabajo. Supone insuflar aire fresco a las desgastadas autoestimas de algunas personas sin empleo y conseguir nuestro objetivo como profesionales de la orientación: mostrarles las herramientas para su autoconocimiento y para que orienten o reorienten su futuro profesional.