El puente

CAPÍTULO1. EL HORROR

Mientras encendía la chimenea pensaba en las palabras que siempre contaba a todos los viajeros que llegaban a la cabaña.

  • Me preguntas que cómo llegué aquí, a esta casa, a este rincón perdido del mundo.

La costumbre pero también la satisfacción, de explicar siempre la misma historia daba a su tono de voz un aire de grandilocuencia que le convertía en un sabio de cara a los que le escuchaban y le ayuda a él mismo a, cada vez más, idealizar su pasado.

Antes de llegar aquí, yo vivía feliz con mi familia: mi mujer y mis hijos en una ciudad de un país que queda ya muy lejano. Tenía un trabajo que me gustaba, con buenos compañeros y con el que me ganaba bastante bien la vida. Mi mujer también trabajaba, de manera que nunca fuimos mal de dinero y podíamos llevar una vida desahogada. Un buen coche, buenas vacaciones en agosto, pequeños caprichos… Mis hijos eran, con mi mujer, el fundamento de mi vida. Un niño y una niña, aún pequeños, así que todavía no tenía los clásicos problemas de padres con hijos adolescentes. Todo giraba alrededor de ellos. Les quería muchísimo, ya te digo, y hubiera hecho cualquier cosa por ellos.

Un leve silencio invadió la pequeña habitación. Su vista quedó durante unos segundos clavada en el fuego que ya comenzaba a avivarse y a calentar. Era un silencio habitual cuando llegaba a esta parte de la narración. Pero con el tiempo había aprendido a superar el abismo en el que le dejaba inmerso y a recuperar el habla para seguir contando.

Perdón, no puedo evitar emocionarme… Como te iba diciendo, eran todo en mi vida. Mis hijos, mi mujer y yo éramos, muy felices en aquel tiempo.

Pero cuando menos te lo esperas, llega y te lo quita todo.

El horror se apoderó de la ciudad. Los gobernantes que dirigían la ciudad no supieron o no quisieron ver lo que se avecinaba. Me cogió desprevenido, en el trabajo, demasiado lejos de ellos. El cielo se volvió negro ceniza. En segundos, repente todo cayó bajo un frío polar desmesurado. Un estruendo ensordecedor nos empujó y nos tiró al suelo mientras los cristales saltaban por los aires. La bola de fuego entonces llegó de improviso y sin pensármelo dos veces salí de la estancia donde estaba trabajando y como pude me metí en un sótano.

Fueron horas terribles, de terremotos, explosiones, miedo… y una gran desesperación, pensando en que habría sido de mi familia.

Cuando salí de allí, no supe decir cuanto tiempo había pasado, ni qué hora era, ni qué día. El sol no iluminaba detrás de nubes negras de humo y polvo. Ya no quedaba nada. Absolutamente nada. La ciudad había sido volatilizada. Las colinas cercanas también. No quedaban ni los escombros, solo una espesa capa de polvo negro que cubría el suelo. No quise pensar, ni llorar, ni sentir. Todo se había perdido. Ni siquiera sabía en qué dirección quedaba lo que fuera mi casa, mi familia. La llanura era tan inmensa que se perdía en el horizonte, por los cuatro puntos, sin absolutamente nada que me indicara dónde estaba ni hacia donde tenía que ir.

Sin pensarlo comencé a caminar. Ni siquiera el sol me pudo decir hacia donde, oculto totalmente detrás de espesas nubes. No era ni de noche ni de día. Pero no me importó comencé a caminar. No se cuánto caminé. El dolor y el miedo que sentía dentro de mi, no dejaban que sintiese el dolor de mi cuerpo. Ni cansancio, ni hambre ni sed. Ni siquiera sabía a ciencia cierta si continuaba entero, si tenía alguna herida. Sin darme cuenta, mi camino me vió envuelto en una espesa niebla oscura y fría, sin saber cuanto tiempo hacía que había salido del refugio.

No me importaba demasiado no ver nada delante de mí. Si encontraba algún obstáculo o algún precipicio, o alguna fiera salvaje que hubiera sobrevivido que acabaran con mi camino, no me hubiese importado en absoluto. Para qué quería vivir si todo había perdido su sentido. Si había perdido todo lo que yo quería en el mundo.

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CAPÍTULO 2. LA CABAÑA

Hundido en la niebla seguí caminando, hasta que me encontré con una gran sombra delante de mí. Al principio me asusté, pero al acercarme descubrí que era una pequeña cabaña. Esta cabaña. Conseguí abrir la puerta y me encontré en esta. Desde entonces vivo aquí. No se cuanto tiempo ha pasado. Es posible que una eternidad. No se.

El visitante se acercó al fuego. Sus ojos reflejaron la satisfacción de haber encontrado a un alma caritativa que le ofreciera algo de comida y calor en un día tan frío. Escuchaba atentamente la historia con curiosidad y afecto por la persona que le había abierto su casa. Aunque había algo más.

En cuanto descubrí el camastro, – continúo contando la historia -, lo primero que hice fue echarme a dormir. No me había dado cuenta de lo agotado que estaba hasta que me eché en él. Cuando desperté, vi por la ventana que la espesa niebla se había disipado y el sol iluminaba todo el alrededor de la casa. Al abrir la puerta, un espeso bosque rodeaba la casa. Salí pero el bosque estaba totalmente en silencio. No se oían pájaros cantar, ni el rumor del aire en las ramas. Un bosque petrificado, silencioso y de una oscuridad profunda que parecía no llevar a ninguna parte. Me adentré en él. Con la esperanza de encontrar una salida o algo que indicara dónde estaba. Pero me pasé horas y horas dando vueltas. Ni un camino, ni una mínima señal que me orientase. Después de mucho caminar descubrí que había estado dando vueltas sobre mí mismo y que había acabado de nuevo en la cabaña. Asustado, desorientado, entré dentro y cerré la puerta.

Me puse a revisar de nuevo la casa y descubrí otra puerta, en una pared sin ventanas. Ésta que hay junto a la chimenea –y señaló hacia la segunda puerta, con la naturalidad habitual de quien ya ha hecho este gesto de demostración otras veces -. Intrigado, la abrí, esperándome de nuevo el bosque, igual de cerrado y oscuro que el otro lado. Pero mi sorpresa fue aun mayor y más espantosa: detrás de la puerta encontré un abismo, cortado a ras de puerta. Un abismo igual de insondable que el bosque, igual de profundo, del que no se llegaba a adivinar el fondo y en cuyo horizonte no había más que cielo y el sol que iluminaba de manera implacable. Esta vez, cerré la puerta, despacio, y mis ojos comenzaron a llorar de desesperación. Había perdido todo y además estaba solo, aislado sin posibilidad de llegar a ninguna parte.

 

Creo que permanecí sentado tras la puerta, llorando, varios días con sus noches. No lo recuerdo. Pero si que me acuerdo de que me levanté extrañado de no haber comido en todo ese tiempo y en no tener sensación de hambre ni de sed.  Busqué por toda la cabaña y no encontré ni rastro de comida. Salí fuera, al bosque, a buscar algún tipo de fruto silvestre. Pero nada. Comencé a desesperarme. A pensar que moriría de hambre. Aunque en el fondo tampoco me importaba demasiado. Sin embargo, a medida que pasaban las horas y los días fui descubriendo que el hambre y la sed no me afectaban, hasta que acabé por olvidarme del problema de buscar comida. Así que aquí me quedé: encerrado en una cabaña extraña, sumergida en un bosque espeso y al borde de un abismo que no tenía fondo.

Mi situación no tenía sentido. Tendría que haber acabado como mi familia, así estaríamos juntos donde quiera que fuese donde ahora estuvieran. Solo me quedaba quedarme aquí a esperar, a que llegase mi hora. A sobremorir sin ninguna salida, sin ninguna esperanza. Perdido del todo.

 

CAPÍTULO 3. ALGUIEN MÁS

Pasó aún más tiempo y un día oí algo extraño fuera de la casa. Me extrañó porque creía que no habría ningún ser vivo superviviente a quilómetros a la redonda. Eso me asustó pero decidí salir fuera para ver que era. Cuando abrí la puerta que daba al bosque descubrí a un hombre de mediana edad, desmejorado y con aspecto de haber caminado días y días sin rumbo. Cuando me vio su cara reflejó una mezcla de espanto y de alivio. Le hice entrar en casa y le acomodé en el camastro con unas mantas. Cuando hubo dormido lo suficiente me contó su historia.

Había escapado de milagro de una gran epidemia que mató a su familia y a todas las personas a quilómetros a la redonda. Me habló de lugares y ciudades que jamás había escuchado. Las había recorrido todas y no quedaba nadie con vida. Como yo lo había perdido todo, incluidas sus ganas de vivir.

Estuvo contándome su historia durante toda la noche. Al día siguiente encontré entreabierta la puerta que daba al bosque, y una nota sobre la mesa en la que se despedía, agradecido. En ella me decía que su vida no tenía sentido y que iba a reunirse con su familia. Desapareció sin dejar rastro.

A lo largo del tiempo fueron llegando a la casa más hombres y mujeres. Todos con una historia de desesperación a sus espaldas. Historias extrañas, sin ninguna relación entre ellas y a cual más extraña. Muchas parecían sacadas de mundos paralelos, que nada tenían que ver con la lógica ni con el mundo que yo había conocido. Eran personas con vidas destrozadas, sin esperanza, que llegan exhaustos del camino andado y a los que alojaba en casa hasta que decidían marchar. Unos estaban convencidos de que debían seguir su camino. Otros en cambio, acababan adentrándose más en el bosque para, sencillamente esperar a que viniesen a buscarle. Unos se quedaban en casa largas temporadas antes de marchar, explicando toda su historia desde el principio al fin. Otros marchaban a las horas, sin apenas decir ni su nombre. Para todos, esta casa solo ha sido una etapa más de su camino. Pero a todos les ha unido una cosa: la desesperanza y el dolor. El saber que su camino ya no tiene sentido por mucho que avancen distancias y días.

CAPÍTULO 4. EL ABISMO

El visitante le miraba con cara de tranquilidad. Como si cada día escuchase historias como ésta. Había quedado impresionado con la historia, tanto la de su anfitrión como la de aquellos que le habían precedido.

-¿Y tu vida?¿Tiene sentido en esta cabaña? – preguntó el extraño a su anfitrión.

Éste le miró sorprendido. Nunca le habían hecho esta pregunta. Quienes llegaban a casa estaban en condiciones de ser escuchados, no de hacer preguntas. Él tan solo se había dedicado a dejar que le contaran. Luego él daba su punto de vista sobre la situación del visitante y finalmente, era éste quien decidía si su propia vida tenía o no sentido.

  • Entiendo el dolor que sientes. – Continuó diciendo el extraño- . La desesperación y la desesperanza que te inunda. La vida nos da golpes que a veces no entendemos. De repente todo lo que teníamos se hunde, desaparece y nos encontramos solos en mitad de un bosque de piedra, oscuro y que no lleva a ninguna parte.

‘Lo que os une a tus visitantes y a ti es la misma cosa. No encontráis el rumbo a vuestra vida y os quedáis sentados en vuestro rincón a la espera de que un milagro os devuelva lo que ya es imposible de recuperar. Os quedáis acurrucados, muertos de miedo, sin saber que hacer, solo esperando a que la muerte llegue y os reúna con lo que habéis perdido.

Mientras atizaba el fuego, le escuchaba helado. Se había metido en su mente y sabía todo lo que pensaba.

‘¿Te sorprende que sea capaz de meterme en tu cabeza y adentrarme en lo que piensas? No es difícil. Solo basta observar y sobretodo, tener claro cuál es tu camino. Todos los que han llegado a tu cabaña venían huyendo de su presente y temerosos del futuro. Su meta era conseguir regresar al pasado, una meta imposible porque a medida que avanzamos, aunque no queramos, el pasado se desvanece y el bosque se hace cada vez más oscuro e infranqueable. El futuro el presente es nuestro rincón en el que nos acurrucamos muertos de miedo y de frío. Y el futuro es el abismo, ese mismo abismo que tienes tu, detrás de la puerta que hay junto a la chimenea.

‘Pero tu caso es diferente a los de los demás. Ellos llegaban sin nada y sin nada se marchaban de tu casa para perderse eternamente en el bosque. Pero otros sí que encontraron el camino y optaron por salir del bosque por el único camino posible.

‘Tu has aprendido a escuchar y dentro de tu dolor, a muchos les ha servido de ayuda. Solo necesitaban dejar de oírse a sí mismos. Como tu. Cuando ellos contaban sus historias, por muy distintas y extrañas, contaban tu propia historia. Ellos te explicaban tu pasado y lo veías reflejado en sus ojos, en su terror a enfrentarse al abismo, que siempre ha sido el tuyo.

‘El accidente no fue culpa tuya. Haz memoria. Ni la bola de fuego fue bola de fuego, ni la ciudad fue arrasada. El camión tuvo que esquivar a ese loco borracho y no pudo evitar abalanzarse sobre tu coche. Igual que tu tampoco pudiste evitar el choque frontal. No estaba en tu mano. Cuando supiste que tu familia había muerto en el accidente, te encerraste en un shock profundo, en esta cabaña, rodeada de un bosque infranqueable y al borde de un abismo aún más insondable.

‘Yo si que tengo una misión en la vida y ha sido llegar a ti. He venido para mostrarte que detrás de la puerta del abismo esta tu camino. Que la vida deja de tener sentido cuando desaparece la meta que habíamos dibujado cuando de repente el hilo se rompe. Pero es tan fácil como volver a coger el lienzo y redibujar un paisaje nuevo que nos lleve al otro lado. El pasado ya no existe, y de nada sirve esperar la muerte acurrucado en un rincón, porque ella llegará cuando piense que es la hora. Mientras tanto puedes elegir: o sobremorir en una cabaña aislada del mundo o levantarte y lanzarte al vacío para plantar cara al abismo.

 

CAPÍTULO 5. EL PUENTE

Cuando al día siguiente despertó, volvía a estar solo. Sintió que la casa tenía más luz en su interior. No encontró rastro del visitante.

Tenía la sensación como si hubieran pasado siglos desde la conversación con el extraño. Sentía como si se hubiera entrometido en su vida. ¿Quién era ese hombre para juzgarle de esa manera? ¿Quién era para resucitar algo que ya había olvidado y que le desgarraba el corazón solo de recordarlo? Recordaba como una pesadilla aquél camión, su mujer y sus hijos atrapados en el amasijo de hierros. La ambulancia… Cómo se había atrevido. Le maldijo y maldijo su suerte. Su destino, su vida.

No había salida. Ese hombre estaba loco. Cuántas veces se había adentrado en el bosque para volver otra vez a la cabaña sin haber encontrado ninguna salida. Cuántas horas se había pasado sentado al borde del abismo, con la vista perdida sin poder descubrir nada en el horizonte. El sentido de la vida se lo había llevado la bola de fuego, el camión, o lo que fuera que le había arrancado todo cuanto quería.

Indignado, se levantó y se dirigió a la chimenea para volver a encender el fuego. Pero cuando se acercó a ella vió que la puerta que daba al abismo entre abierta. Todos los visitantes, al marchar, habían salido por la puerta del bosque. Ninguno se habría atrevido a saltar el abismo. Cuando la abrió del todo descubrió que el abismo continuaba en su lugar, pero delante mismo de la puerta había un puente de madera que parecía cruzarlo perdiéndose más allá del horizonte.

Sintió un escalofrío en el cuerpo. En el suelo, a la entrada del puente, encontró una nota que le había dejado el visitante en la que con letra manuscrita podía leerse:

“Los abismos solo pueden cruzarse si creemos en los puentes del camino”